Recuerdo gratamente como una amiga amante de la naturaleza me hizo tomar conciencia de cómo la madre tierra nos nutre a diario pasando, fundamentalmente, desapercibida por la mayoría de la gente.
Fueron unos minutos para pararme a darme cuenta de que yo estaba viva porque Gea me permitía estarlo, aportándome alimentos nacidos de sus entrañas, un suelo sobre el que vivir y mantenerme erguida, por su fuerza gravitatoria, en conexión con el padre cielo y la madre tierra, que denominaban los nativos americanos.
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