AUTENTICOS MORADORES. IRINA ZOTOVA.

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AUTÉNTICOS MORADORES

Puedes entrar al bosque, o simplemente pasear entre árboles. No es lo mismo.

No es lo mismo deleitarse con bocanadas de aire fresco que apreciar que el oxígeno es el aliento que te insuflan las hojas, por ejemplo.

Para realmente entrar al bosque hay que retornar a una sensibilidad que dormita olvidada.

Por suerte hay quienes no olvidan ni abandonan algo tan esencial como comprenderse parte del bosque. Son auténticos moradores.

Tal vez sus pisadas te ayuden a entrar al bosque.

IRINA ZOTOVA

Permíteme introducirte a alguien de ese tipo de personas que todos conocemos, pero que verdaderamente descubrimos después de un tiempo. Y es que, aunque cargan sabiduría enraizada y antigua, no tienen ningún interés en alardear: están muy ocupadas en lo importante de la vida, en disfrutar sin más, en vivir cada segundo como el mejor, sin mitificar ni pasados ni futuros, sin vanagloriarse de los éxitos, ni victimizarse aunque la vida haya sido dura.

Como con una flor silvestre pura y auténtica (cuyo esplendor solo es apreciado por los más atentos), tendremos que aprender a observarla sin prejuicios para poder comprender el lenguaje de su belleza.

Así es Irina, una mujer con la que nunca quedas indiferente. Ella no se da de forma previsible, sino que te coge por sorpresa y te deja suspendida de su fresca realidad cada vez que deja ver alguno de sus pétalos…

Habitual con solera de Marbella y sus interminables fiestas, Irina es como la imperturbable orquídea, que, sobreviviente de lo extravagante, es capaz de dar la más sincera y fresca de las sonrisas.

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Y así, sin florituras, un día, no hace mucho, de nuevo me cogió por sorpresa ofreciéndome el privilegio de presenciar sus pisadas como auténtico morador del bosque.

No recuerdo de donde venía la conversación, pero Irina comenzó a explicar, de tal manera, como hacer infusiones con plantas del bosque, que, cualquier noción que yo pudiese tener sobre tés y hierbas, quedó reducida a la más burda y triste manera de hervir agua y echar cualquier cosa dentro, sin sentido ni objeto. Y no se debía a que describiese ningún tipo de ritual elaborado, sino por la exquisita sensibilidad que ponía al hacerlo.

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Para comenzar, su pasión y esmero al respecto: cada año le pide a su madre, según la fecha adecuada para cada planta, que vaya al bosque por su recolección para que, en el momento preciso, las ponga a secar, y así poderlas llevar, en alguno de sus viajes, a Moscú.

Después, Irina, las trae separadas, especie por especie, en grandes frascos, y no uno ni dos, sino un buen número de ellos.

Solo esto es, ya, más que notable: una antigua herencia en forma de conocimiento de hierbas y plantas que se ha mantenido a lo largo de muchísimas generaciones. Y más sobresaliente aún, trasmitida a través de la práctica y de la experiencia.

Pero esto no era lo más extraordinario. Tampoco lo era el conocimiento de propiedades o aplicaciones, ni la técnica de infusión. Lo más extraordinario radicaba en su manera de acercarse a la elección de las plantas para la infusión.

Irina, que se hace infusiones regularmente, elige la planta, o mezcla de plantas, no en base a un recetario de beneficios, ni tampoco por placer de su sabor en la ingesta.

Irina elige su infusión instintivamente.

Ella simplemente abre el frasco, huele la planta a placer y, según si su aroma le apetece o no, ella elige la planta, o no. Esta es la manera en la que Irina ha observado que la infusión hace mejor sus efectos. Como si el olfato se viese condicionado por el estado psíquico o físico. Como si las necesidades o carencias corporales determinasen el apetito por uno u otro olor y, en definitiva, por una u otra planta, por una o por otra de sus propiedades.

Ortodoxa o no, encuentro que esta forma de determinar las hierbas de una infusión es, sencillamente, exquisita.

Más allá de todo esto, Irina nos explicaba que existe una gran diferencia entre los bosques del sur de España y los bosques alrededor de Moscú, donde existe un amplísimo rango de plantas, diferente para cada estación, con lo que cada estación tiene sus olores, y por lo tanto cada infusión evoca un momento u otro del año, con todos sus recuerdos y estímulos asociados.

Según ella, solo probando sus infusiones podríamos llegar a comprender esto un poco mejor.

Si tenemos en cuenta que los bosques que rodean Moscú forman parte de la Taiga, todo tiene sentido. La Taiga (como explico en el post Taiga. El bosque más grande del planeta) «… es la mayor extensión de bosques en el territorio de Rusia. Bosques primordiales que conservan la memoria de los tiempos en que la humanidad empezaba, mientras que la vida silvestre de la taiga atrae la admiración por su riqueza.»

Creo que ahora se comprende mi entusiasmo y admiración ante este morador del bosque, Irina.

Nos prometió hacernos una de sus infusiones algún día. Espero que sepa que, sin saber el día, yo ya lo he marcado en el calendario de ineludibles, y que espero que pronto llegue ese día.

Y además, si nos hace la infusión en un samovar, va a resultar una experiencia sublime…

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Algún tiempo después…

… gracias Irina!

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